martes, 26 de abril de 2011

EL DOLOR Y LA TERAPIA COGNITIVO-CONDUCTUAL (Entrevista con Miguel A. Vallejo)


"Cualquiera tiene experiencia de que en determinadas condiciones somos más sensibles al dolor. Además, informar de dolor es un modo de quejarnos, de requerir ayuda. A veces el dolor, como percepción, recoge y vehicula aspectos que no son dolor, como el malestar, la ansiedad, el cansancio, etc., produciéndose una mezcla indiferenciada que el paciente puede entender como dolor, pero que responde a diversos motivos de índole biológica pero también psicosocial.

Una visión meramente biológica del dolor sólo es válida para cuadros bien definidos de clara etiología y con una evolución rápida. En el resto de los casos, la perspectiva psicosocial que se enuncia más arriba es imprescindible".

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martes, 12 de abril de 2011

NEUROCIENCIAS Y PSICOANÁLISIS - Roberto Abdala



El presente trabajo intenta actualizar el estado de la investigación de los trastornos mentales. Rastrea antecedentes históricos propios del dualismo cartesiano que todavía tiende a restringir la comprensión del funcionamiento humano separando mente y cuerpo. Busca superar el antiguo paradigma biomédico que regía en la práctica médica y reconocer el biopsicosocial y sus consecuencias, para la investigación y posterior conceptualización de los fenómenos mentales. Se consideran los aportes de diferentes investigadores en áreas como memoria, genética molecular, estrés. Son descriptos conceptos de relevancia como plasticidad cerebral, función de transcripción y de plantilla de los genes, penetrancia incompleta y expresividad variable.

El conocimiento de los diferentes aportes provenientes de disciplinas tan variadas, enriquecerá la concepción del psicoanálisis. Este careció durante muchos años de los aportes de la moderna neurociencia. En la actualidad el cerebro se torna un órgano mucho más accesible gracias a la sofisticada tecnología que nos permite estudiar sus estructuras más íntimas, sus funciones y su correlación con estados mentales. Así también la dilucidación del genoma humano y su interacción con los estímulos significativos del ambiente alimentan una expectativa promisoria en la tarea de prevención de los trastornos mentales entre otros padecimientos.

La evolución científica de los últimos 30 años

En 1982, Engel propuso el modelo biopsicosocial como el nuevo paradigma de la medicina. Este propone una integración de los factores biológicos y psicosociales tanto en la comprensión diagnóstica como en la planificación terapéutica. Sin embargo, la psiquiatría ha sufrido distintos enfoques reduccionistas según las épocas. Hasta fines de los 60 la visión psicoanalítica fue lo predominante en desmedro de la biología. Hoy, ante los impresionantes descubrimientos de las neurociencias, el riesgo es el reduccionismo biologista. Al decir de Gabbard “la experiencia subjetiva, los procesos interpersonales y el autoconocimiento son aspectos del estudio psiquiátrico que no deben soslayarse ante la excitación producida por los neurotrasmisores y la genética molecular. Más aún, un aspecto de la psiquiatría como especialidad es su interés en definir los rasgos singulares de la persona”.

Sin embargo reunir los conocimientos de diversas disciplinas y aplicarlos en el ejercicio profesional representa un verdadero desafío a la capacidad sintética y de integración. “Mente y cerebro no pueden integrarse ni separarse completamente” (Slavney,1993). Debemos pensar simultáneamente en motivaciones, deseos y significados con la misma amplitud que en genes, neuroquímica y farmacocinética.

El problema mente-cuerpo ya se halla presente en el siglo XVII con Descartes. Toda consideración sobre un tratamiento no puede soslayar causas y mecanismos, de manera que se hace imprescindible el estudio de la etiología y la patogénesis si se apunta a un modelo terapéutico integral. La tarea del clínico es utilizar sus conocimientos para saber elegir dentro del conjunto de intervenciones posibles.

Según Damasio (1994) es un error pretender conceptualizar las operaciones mentales como algo separado de la biología del cerebro. ¿Cómo pueden observarse las leyes de la conservación de la energía y la masa y al mismo tiempo postular que un fenómeno material pueda ser provocado por algo inmaterial?

William James inició una corriente que se aleja del dualismo, al decir que la conciencia debe ser considerada como un proceso más que como una sustancia. Se ha intentado reformular el problema en términos de materialismo. Estas teorías reducen lo mental a lo físico. Y varían según el grado de importancia que le asignan a la actividad mental. En su forma extrema, afirman que una psicología de lo mental es irrelevante y puede ser completamente reemplazada por construcciones neurocientíficas.

La teoría darwiniana del sistema nervioso es esencialmente materialista .Actualizada por Edelman, está basada en la selección de grupos neuronales y el mapeo y postula un proceso de selección que se da sobre un grupo de unidades neuronales. Dice que solo las operaciones motoras y sensoriales básicas como los reflejos se hallan programadas desde el nacimiento. El infante es entonces libre de construír un mundo de significados y referencias personales que son reflejo tanto de sus experiencias con el entorno como también de su percepción interna. Concuerda con las ideas de Stern, cuyas observaciones lo llevaron a estudiar la emergencia del self. Elinfans correlaciona activamente, categoriza y conecta experiencias en el contexto de la experiencia yo-otro con una figura materna o cuidador. Trabajando sobre las ideas de Edelman, Modell sostiene que el mapa neuronal son sistemas simbólicos de significado que reflejan cómo se crea y recrea el self a través de la internalización de la experiencia.

Al examinar el status científico del psicoanálisis, Edelson dice que el problema mente-cuerpo es en esencia una cuestión metafísica acerca de la naturaleza última del ser y en consecuencia no puede ser resuelta a través de la presentación de datos empíricos. Según él, es más útil reconceptualizar todo considerando que se trata de una relación entre dos disciplinas o teorías(de la neurociencia y de la mente). Sugiere que como el psicoanálisis es una teoría de los estados mentales que incluye representaciones simbólicas del self y de los otros, no puede ser reducido a explicaciones neurocientíficas. Sin embargo, este punto es compatible con el materialismo ya que todos los estados mentales residen en un cuerpo y existe un estado físico que coexiste con cada estado mental. No puede reducirse lo mental a lo físico.

El materialismo puede acomodar un amplio abanico de concepciones acerca de la relevancia de la psicología y la teoría de lo mental. Si bien la mayor parte de los autores coincidirá en la formulación de que lo mental puede ser comprendido como la actividad del cerebro, no todos coinciden en que tal conclusión conduce a un materialismo reductivo. Searle desestima toda dicotomía entre físico y mental y habla de la irreducible subjetividad de lo mental. En su teoría, naturalismo biológico, la conciencia es un rasgo de elevado nivel del cerebro, pero no puede reducirse a un fenómeno en tercera persona que sea estudiado por los neurocientíficos. La conciencia implica un estado y procesos subjetivos que solo pueden ser experimentados por un sujeto conciente y por lo tanto está en el dominio de los fenómenos de primera persona.

McGinn sostiene que no podemos resolver el problema mente-cuerpo porque es imposible ver lo mental. La conciencia se basa en la introspección y lo cerebral en la percepción. Podemos estudiar el cerebro y realizar correlaciones físicas de un estado de conciencia con PET, pero eso es muy distinto de la percepción del estado de conciencia del individuo mismo.

Lo cierto es que la experiencia afecta al cerebro. El flujo cerebral varía en la corteza órbito-frontal, en estado de reposo, comparado con imaginar o evocar estados de tristeza. El cerebro se construye en un complejo interjuego de elaboración entre genes y ambiente y la experiencia del organismo en relación con él crea patrones de conexión neural.

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LA PSICOLOGIA EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACION DE FRANCO - Javier Bandrés y Rafael Llavona (1996)


Durante la guerra civil española, Antonio Vallejo Nágera, Jefe de los Servicios Psiquiátricos del ejército de Franco, fundó y dirigió un gabinete de investigaciones psicológicas para estudiar la personalidad de los prisioneros en los campos de concentración. Vallejo informó de que los prisioneros se caracterizaban como grupo por la elevada incidencia de temperamentos degenerativos, inteligencias mediocres y personalidades sociales innatamente revolucionarias, rasgos que consideraba típicos de los seguidores de las ideologías antifascistas e izquierdistas. Según Vallejo estos rasgos son potenciados en el caso de las prisioneras por la característica inferioridad psicológica de la mujer. Concluyó que la posibilidad de conseguir un cambio de actitud político-social en estos sujetos era muy reducida.

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sábado, 9 de abril de 2011

Brain structure differs in liberals, conservatives.


WASHINGTON — Everyone knows that liberals and conservatives butt heads when it comes to world views, but scientists have now shown that their brains are actually built differently.

Liberals have more gray matter in a part of the brain associated with understanding complexity, while the conservative brain is bigger in the section related to processing fear, said the study on Thursday in Current Biology.

"We found that greater liberalism was associated with increased gray matter volume in the anterior cingulate cortex, whereas greater conservatism was associated with increased volume of the right amygdala," the study said.

Other research has shown greater brain activity in those areas, according to which political views a person holds, but this is the first study to show a physical difference in size in the same regions.

"Previously, some psychological traits were known to be predictive of an individual's political orientation," said Ryota Kanai of the University College London, where the research took place.

"Our study now links such personality traits with specific brain structure."

The study was based on 90 "healthy young adults" who reported their political views on a scale of one to five from very liberal to very conservative, then agreed to have their brains scanned.

People with a large amygdala are "more sensitive to disgust" and tend to "respond to threatening situations with more aggression than do liberals and are more sensitive to threatening facial expressions," the study said.

Liberals are linked to larger anterior cingulate cortexes, a region that "monitor(s) uncertainty and conflicts," it said.

"Thus, it is conceivable that individuals with a larger ACC have a higher capacity to tolerate uncertainty and conflicts, allowing them to accept more liberal views."

It remains unclear whether the structural differences cause the divergence in political views, or are the effect of them.

But the central issue in determining political views appears to revolve around fear and how it affects a person.

"Our findings are consistent with the proposal that political orientation is associated with psychological processes for managing fear and uncertainty," the study said.

FUENTE

martes, 5 de abril de 2011

Buenafuente entrevista a Sigmund Freud en 'Hasta el fondo'

ENTRE LOS CAMINOS A Y B ELIJO EL INCIERTO C: EL BIEN, EL MAL Y LOS DILEMAS ÉTICOS - Víctor Claudio


En este artículo partimos de las definiciones de Bien y de Mal que nos ofrece la filosofía para la interpretación de los dilemas éticos en la práctica de la Psicología. Subrayamos que, como referencia en el proceso de decisión subyacente a la resolución de los dilemas éticos, los psicólogos tienen además del Código Deontológico nacional, el Meta-Código de Ética europeo, sus principios morales, éticos y sus emociones. Se discuten algunos dilemas éticos que tienen lugar en la práctica de la Psicología, adelantando tres respuestas posibles, siendo la identificada como camino C aquella que consideramos que causa menos daño.

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IN DEFENCE OF PSYCHOANALYSIS


From INTELLIGENT LIFE Magazine, Winter 2010

It is just over a century since psychoanalysis was first recognised as a science. In 1909 Sigmund Freud gave five lectures at Clark University in Massachusetts that surveyed and explained the fledgling discipline’s achievements to that point—the interpretation of dreams, the analysis of hysteria, the meaning behind jokes, the reasons we make stupid mistakes. Key to them all was the operation of the unconscious, the back-seat driver whispering to us to behave in ways we’d officially disown.

Later, Freud was to remark that his discovery amounted to a third and final nail in the coffin of human pride. The first was Copernicus’s bubble-bursting calculation that the Earth orbits the sun, thus displacing mankind from its central position in the universe. Second came Darwin’s finding that rather than being God’s special creature, descended from Adam and Eve, man was a monkey. And now Freud’s own postulation of an unconscious implied that we were strangers even to ourselves.

In adding to this demoralising ledger of human limits, however, Freud had unlocked a hitherto concealed dimension. Formerly obscure or ignored parts of the mental map now had a legend, and psychoanalysis established itself as the compass by which the terra incognita could be navigated. Before long the unconscious had slipped off the couch and entered the lingua franca, and today it’s virtually impossible to talk about human behaviour without drawing more or less explicitly on Freud’s lexicon. Not only do we speak readily about “unconscious” motivation, but we’ll happily deploy fancy psychoanalytic concepts like “being in denial” in the most ordinary conversations.

Yet for all its seepage into everyday life, psycho-analysis finds itself routinely denounced, even by those in its intellectual debt. Set aside the practical objections —becoming an analysand involves five sessions a week, at perhaps £70 per session, over many years—psychoanalysis, they say, reduces everything to sex. Worse, it does so in a form that looks misogynistic. As for its being a science, that’s laughable—believing that a fireside chat with a patient about their childhood can disclose the deep structure of the psyche is plain arrogant. Not to mention the potential for planting thoughts in the patient’s mind which happen to prove the theory you set out with.

So it’s not surprising that in the face of these perceived flaws psychoanalysis’s therapeutic rival, Cognitive Behavioural Therapy (CBT), has gained ground. Although both approaches pursue the same outcome—happy patients—the underlying method couldn’t be more different. Where psychoanalysis sifts the inner self to shift the outer, CBT adjusts external behaviour to ameliorate the internal state. Psychoanalysis gets to the root cause, often lying in one’s early years, where CBT focuses on the presenting issue. CBT is much more short-term, usually limited to about 30 sessions; doesn’t talk about erotic life unless it comes up; and generally takes an empirical approach that’s easily associated with the scientific. And where psychoanalysis leaves patients haplessly to work through their own psychic detritus, CBT sets homework.

The cause of CBT has also been served by the wider health system, in which all activity is now measured to within an inch of its life, targets become paramount, practitioners get held mercilessly to account, and patients transmogrify into customers demanding accessibility. In this transparent and shadowless world, CBT provides the comforting illusion that the lugubrious terrain of mental health can yield to instant illumination under a striplight. And because it positions itself among the empirical sciences, it enjoys an affinity with pharmacologically oriented psychiatry in which symptoms, should they fail to be dissolved by therapy, can be handily lined up with drugs. Needless to say, this is a system that plays well with the pharmaceutical giants.

The irony is that in becoming more “scientific”, CBT becomes less therapeutic. Now, Freud himself liked to be thought of as a scientist (he began his career in neurology, working on the spinal ganglia), but it’s the non-scientific features that make psychoanalysis the more, not the less, powerful. I’m referring to the therapeutic relationship itself. Although like psychoanalysis largely a talking cure, CBT prefers to set aside the emotions in play between doctor and patient. Psychoanalysis does the reverse. To the annoyance no doubt of many a psychoanalytic patient, the very interaction between the two becomes the subject-matter of the therapy.

This emotional muddling between analyst and patient is known in the trade as “transference”, and it’s important because it’s the way most of our relationships play out in the real world—as ambiguously defined contracts. This isn’t to say the analyst is short of techniques for managing that muddle, but it is to say that there’s no naively “clinical” position to be assumed. The consulting room thus transforms itself into a laboratory in which patients can learn about their impact on someone else in real time, and thus grow in self-awareness—which is the prerequisite for self-improvement.

The respected therapist and writer Irvin Yalom, among others, argues that depression and associated forms of sadness stem from an inability to make good contact with others. Relationships are fundamental to happiness. And so a science that has the courage to include the doctor’s relationship with the patient within the treatment itself, and to work with it, is a science already modelling the solution it prescribes. What psychoanalysis loses in scientific stature, it gains in humanity.

Robert Rowland Smith is author of "Breakfast with Socrates" and the forthcoming "Driving with Plato" (Profile). IIlustration by Brett Ryder.

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